Por L. G. I.
Aquélla tarde estival me encontraba en la proa de mi barco leyendo el libro del sociólogo Amando de Miguel «Nuestro mundo no es de este reino». La novicia Águeda le decía a su primo Egidio -un psiquiatra de reconocido prestigio-: «Tú eres el capitán y el único marinero de tu barco, no importa cuántos pasajeros lleves. Querrás ayudarlos, porque ese va a ser tu oficio, pero para eso necesitas antes conocerte y ayudarte a ti mismo».
Aquélla frase me hizo recordar con añoranza que durante años había disfrutado mucho navegando con mi barco por ríos, lagos y mares lejanos de belleza indescriptible.
Cuando las aguas eran tranquilas y el viento soplaba a favor pasaba las horas charlando y bromeando con mis pasajeros, disfrutaba como nadie oyendo el susurro de las velas y soñaba despierto cómo sería el próximo puerto donde iba a atracar.
Cuando la mar se volvía brava, y las olas jugaban a echarme un pulso, asía el timón con fuerza, y con la experiencia y la destreza de un auténtico lobo de mar me divertía saltando por encima de ellas y conseguía salir siempre airoso.
Y así fue hasta que aquel libro llegó a mis manos, y pude leer la frase de la aprendiz de monja. De repente me di cuenta de que mi barco navegaba muy lento, incluso con el viento a favor; que las velas estaban raídas y amarillentas; los cabos rotos; el casco repleto de escaramujos y los víveres casi agotados.
Aquéllos pasajeros que tanto se sorprendían cuando les contaba mis aventuras, que reían sin parar con mis bromas y comentarios jocosos en las noches preñadas de estrellas, y que se deleitaban cuando probaban mis guisos marineros, fueron desembarcando uno a uno en cada puerto al que llegábamos. Yo casi no me percaté porque lo hacían de forma sigilosa y sin hacer prácticamente ruido. Y así me fui quedando solo conmigo mismo y mal navegando con mi ajado barco durante mucho tiempo. Demasiado tiempo diría yo.
Lejos de intentar averiguar qué era lo que había ocurrido, por qué se habían ido todos, por qué habían decidido cambiar de barco… me decía una y otra vez que ya aparecería alguien que quisiera subir a «Contra Viento y Marea» (Así se llamaba mi barco) y disfrutar de todo lo bueno que con mi compañía puedo ofrecer a los que a mí se acercan.
Pasó el tiempo, y mi única compañía era «Soledad». Con ella tuve una relación amor-odio dificilmente entendible para los que no han tenido la suerte de conocerla, pero ahora no sé cómo puedo agradecerle que cuando todos me abandonaron ella llegara a mi vida sin tan siquiera pedir permiso, y que no se marchara -también sin pedir permiso, ni nada a cambio- cuando consiguió hacerme ver que «Contra Viento y Marea» necesitaba urgentemente una reparación y una puesta a punto.
Cuando llegué a ARO reconozco que no confiaba en que allí pudieran arreglar mi barco. Nadie tenía un barco como el mío, nadie había navegado por los ríos, lagos y mares que yo conocía, nadie había vivido lo que yo, nadie sabía realmente qué le pasaba a mi barco…y a pesar de ello me aseguraron que si seguía sus consejos «Contra Viento y Marea» volvería a surcar otros mares desconocidos para mí porque era una gran barco y yo un buen capitán.
Me pidieron que fuera sincero y que les dijera -mirándoles a los ojos- si lo que fallaba era el barco o yo que soy su capitán y único marinero; que fuera humilde porque todos los que estaban allí eran grandes marinos con la misma o más experiencia que yo navegando; que no perdiera nunca la ilusión; que fuera constante en mi trabajo de restauración, y sobre todo que no tuviera prisa.
Después de catorce meses me ha dado mucha alegría cuando me han dado la noticia de que el casco ya está completamente reparado y pintado. El lunes lo van a echar al agua para ver si flota, y ahora toca reparar el timón, las velas, los camarotes, el motor auxiliar…
Serán dos años más de duro trabajo, pero ya no tengo prisa. Quiero volver a ser el que fui, colocarme el uniforme bien planchado, la gorra que me regalaron al nacer y poner proa hacia donde la vida tenga a bien llevarme en la seguridad de que estoy preparado para sortear cuantos obstáculos se me pongan por delante. Quiero volver a presumir de barco, a soñar, a oler a mar, a contarle mis secretos a las estrellas, a sentir un cosquilleo cuando vaya a llegar a un puerto desconocido y a viajar -solo o acompañado- pero sereno, seguro y orgulloso de lo mucho que he aprendido en ARO.
Este relato se lo dedico a mis monitores del grupo de pre inicio, Alejandro, Pilar, Antonio, Mari Cruz y Rafael. A todos ellos un millón de gracias por todo, y deciros que algún día me gustaría que subiérais a mi barco para dar una vuelta y que comprobéis que vuestro esfuerzo y dedicación no han sido en vano. Mi agradecimiento también a mi mujer y a todos los compañeros que, aun estando mal física y psicológicamente, no han dudado en ningún momento en aportar su granito de arena para que yo pueda ser mejor persona. A todos un millón de gracias !!!.
L. G. I.